Gripe, catarro, neumonía… son todas enfermedades respiratorias cuya incidencia aumenta considerablemente en invierno. ¿El motivo? La mayor parte de la gente dirá que es por culpa del frio, de las temperaturas gélidas que tenemos que soportar en esta época del año. Sin embargo pocos sabrán decir cómo afecta realmente el frío a nuestra salud. ¿Por qué nos resfriamos más en invierno?

Por qué nos resfriamos más en invierno

La verdad, ni siquiera los investigadores parecen saber con exactitud por qué nos resfriamos más en invierno, y existen multitud de teorías al respecto; desde las que consideran que el frío tiene una importante influencia en el desarrollo de estas enfermedades hasta las que sostienen que más bien juega un papel secundario. En cualquier caso lo que parece claro es que el frio, por sí solo, no produce catarros o gripes, pero si facilita su aparición. ¿Cómo?

Para empezar hay que saber que la principal vía de entrada de las enfermedades respiratorias invernales es la vía aérea. Los microorganismos causantes de la enfermedad entran por vía aérea, es decir a través del aire que respiramos. Nuestra primera barrera defensiva ante estos enemigos se encuentra en las vías aéreas superiores, en cuyo interior se encuentra el sistema mucociliar. Este sistema se compone de moco y una capa de cilios, de modo que las partículas extrañas que respiramos, entre las que se incluyen  el polvo y los gérmenes, son atrapadas por el moco, y los cilios (minúsculos pelos que se mueven continuamente como remos) se encargan de transportar el moco con las partículas extrañas al esófago para ser deglutidos y finalmente expulsados del organismo.

Pero con el frío el sistema mucociliar se vuelve más ineficaz; al aire frio que entra por la nariz se le suma el hecho de que nuestro cuerpo ante las bajas temperaturas retira sangre de las zonas periféricas – por eso los primeros lugares dónde sentimos el frio son las manos, la nariz o las orejas-, ya que hace falta para mantener a la temperatura adecuada los órganos internos. Todo esto hace que la nariz se enfríe y, en consecuencia, que los cilios se muevan más lentamente y el proceso de expulsión de partículas extrañas se ralentice, por lo que los gérmenes pueden acumularse y burlar las barreras defensivas provocando el resfriado. Además, el menor flujo de sangre a la nariz significa menor presencia de células del sistema inmune en la zona y mayor facilidad de expansión de los gérmenes.

Como ya hemos explicado, los virus responsables de enfermedades como la gripe o el catarro se transmiten por vía aérea. En invierno preferimos quedarnos en casa o ir a lugares como cafeterías, cines…  antes que salir a la calle. Pasando gran parte del tiempo en espacios cerrados, rodeados de gente que, al igual que nosotros, huye de las bajas temperaturas del exterior, las posibilidades de contagio si hay alguna persona acatarrada  en el mismo espacio (cosa estadísticamente probable) aumentan. Cuando alguien acatarrado tose o estornuda, expele minúsculas gotas que transportan al virus. Estas gotas permanecen un cierto tiempo flotando en el ambiente y pueden ser respiradas por otras personas, que podrían entonces contagiarse. No es difícil imaginar entonces que un enfermo es mucho más contagioso si estornuda o tose en una estancia llena de gente que si lo hace en espacios abiertos.

El estornudo, visto a cámara lenta. Un solo estornudo puede transportar miles de virus listos para contagiar a otras personas.

Otro hecho que facilita la propagación de resfriados en invierno es la sequedad ambiental. Cuanto más seco es el ambiente, más tiempo flotan estas gotas en el ambiente y, en consecuencia, más probabilidad de que alguien las respire y pueda contagiarse.

El efecto del contagio persona a persona se nota especialmente en los colegios: por ejemplo, cuando un niño resfriado va a clase lo normal es que acabe contagiando al resto de sus compañeros. Aprovechamos para recomendar que si presenta síntomas de catarro, gripe o similar intente no ir a sitios concurridos, pues  se convertiría en foco de contagio.

Las dos teorías expuestas -que podríamos resumir en bajada de defensas y aumento de contagios- pueden combinarse y son las más aceptadas, aunque existen otras muchas que apuntan, por ejemplo, a la disminución de la luz solar (los rayos UV tienen efecto esterilizador sobre virus y bacterias) o que la membrana vírica es más resistente a bajas temperaturas, lo que protege al virus en su transmisión persona a persona. Como vemos, los efectos del frio sobre nuestra salud aun no son del todo conocidos.  Lo que sí parece claro es que decir que alguien se ha resfriado porque ha «cogido frio» es simplificar mucho la realidad.

Por todo esto los expertos insisten en que incluso más importante que abrigarse bien en invierno es llevar bien tapadas la nariz y la boca, para impedir el paso de los gérmenes. Así que la bufanda sigue siendo un buen aliado en esta época.

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