La Peste Negra en la Europa de la Edad Media
La Edad Media es posiblemente la etapa más oscura de nuestra Historia. Una época marcada por la ignorancia y el oscurantismo. No es de extrañar que enfermedades tan terribles como la peste negra, que asoló Europa durante el siglo XIV, fuesen consideradas por muchos poco menos que una maldición.
¿Qué hay detrás de la Peste Negra?
El responsable de la peste negra no es otro que la bacteria Yersinia pestis. La peste es una enfermedad infecciosa, contagiosa y una de las más letales plagas conocidas por el hombre.
La transmisión del bacilo de la peste negra se produce a través de la pulga de la rata. La pulga puede infectarse al picar a una rata con Yersinia, si parte de la sangre que ingiere se queda en su estómago sin digerir. Desde entonces la pulga se convierte en un transmisor de la infección y contagia a cualquier hospedador al que pique para alimentarse, incluyendo a los humanos. Por tanto es una enfermedad que pasa de animales a humanos y que se asocia a malas condiciones higiénicas.
Yersinia pestis se inocula directamente en el torrente sanguíneo, donde en primera instancia es retenida por los macrófagos de los ganglios (células del sistema inmune). Sin embargo, los bacilos se muestran resistentes a la fagocitosis y consiguen sobrevivir dentro de los macrófagos, dónde empiezan a multiplicarse haciendo que los ganglios se inflamen. Esto ocurre en la forma bubónica de la peste (esos ganglios superinflamados forman los bubones que caracterizan a la peste bubónica). Las bacterias pueden multiplicarse masivamente en los macrófagos pulmonares, invadiendo los pulmones y produciendo una bronconeumonía mortal.
En la otra forma mayoritaria de peste, llamada septicémica, Yersinia pasa de la sangre a los pulmones, dónde acaba produciendo la muerte por choque endotóxico, una liberación masiva de toxinas bacterianas que produce daños potencialmente mortales en los órganos por falta de riego sanguíneo. Como consecuencia de la mala distribución de oxigeno que produce la infección, los enfermos empiezan a sufrir procesos de cianosis y necrosis, en otras palabras, su piel ennegrece. Es por eso que la llaman la peste negra o la muerte negra.
Un recorrido por la Europa de la Edad Media de la mano de la peste negra
El primer brote de peste negra del que se tienen constancia es del siglo VI, aunque se la conocía como peste de Justiniano. Este brote apareció en Pelusium, una antigua ciudad del bajo Egipto. Desde allí viajo hasta Alejandría y posteriormente a Constantinopla, dónde llegó en el año 542. Su forma de diseminarse era siguiendo las rutas fluviales del litoral mediterráneo. Tras varios años en los que se alternaron periodos de gran mortandad con otros más tranquilos, el brote fue desapareciendo allá por el 700.
Después llegó un tiempo en el que Europa estuvo relativamente libre de plagas. El resurgimiento de la peste negra en Europa en plena Edad Media fue posiblemente el primer precursor de lo que hoy conocemos como guerra bacteriológica. Se produjo a mitad del siglo XIV, en medio de una guerra comercial entre tártaros (tribus mongoles), venecianos y genoveses. Genoveses y venecianos comerciaban con los tártaros que ocupaban la península de Crimea (en el Mar Negro, en la actual Ucrania). Pero en 1340 los tártaros se aliaron con los venecianos para enfrentarse a los genoveses, que se vieron obligados a refugiarse en lo que hoy es la ciudad de Teodosia (también en Crimea, Ucrania).
El brote de peste negra surgió entre las filas de los tártaros, quienes no tuvieron mejor idea que usar los cadáveres de los caídos para catapultarlos al interior de la ciudad donde resistían los genoveses, desatando el terror y favoreciendo enormemente la diseminación de la peste.
Los propios genoveses, una vez que consiguieron romper el sitio, fueron llevando la muerte negra a cualquier puerto en el que recalaban en su viaje de vuelta a casa. Cuentan las crónicas de la época que muchos barcos llegaban a los puertos con un gran número de tripulantes muertos en cubierta. Las naves que consiguieron llegar a Italia, concretamente a las costas de Sicilia, no fueron autorizadas a desembarcar, para evitar propagar la peste entre la población local. Sin embargo, las ratas no se dieron por aludidas y abandonaron el barco, provocando que la infección se extendiera por doquier (ya hemos dicho que el contagio podía producirse de animal a persona).
Desde el sur de Italia, la enfermedad conquistó Suiza, Baviera y los Balcanes. Algunos barcos que continuaron navegando hacía Marsella extendieron la peste por Francia, España y Portugal. Todo el sur de Europa estaba ya infectado, y los cadáveres se apilaban en las calles. Tanto es así que el Papa de la época, Clemente VI consagró el rio Ródano para que las autoridades pudiesen echar en el a los cadáveres de las víctimas, en vez de perder tiempo para encontrar un sitio dónde enterrarles.
En 1348 la peste pasó a Inglaterra, y desde allí a Noruega, como puerta de entrada para todo el norte de Europa y finalmente Oeste de Rusia, desde dónde había partido en 1351.
Los números de la muerte negra
No se puede saber con exactitud, pero se estima que la peste negra que ha matado a más de 200 millones de personas en toda su historia, lo que la convierte en la enfermedad infecciosa más mortal de todas las conocidas por el hombre.
Durante la Edad Media, la peste negra acabo con más de un tercio de la población europea.
El último gran coletazo de la muerte negra se produjo en China en 1855 y afectó a todo el mundo. Desde entonces, las mejoras en la higiene y el desarrollo de vacunas han erradicado prácticamente a la enfermedad, salvo por algunos brotes dispersos y poco importantes.
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